
A ser un holgazán es algo de lo que hay que aprender a disfrutar. Los primero años resultan un poco conflictivos. Hay un remordimiento extraño. Un sentimiento de culpabilidad algo amargo (otra herencia nuestra del cristianismo, la Culpa). Mi padre me llamaba zángano y yo no entendía muy bien por qué. Sin embargo, cuando se aprende a ser un vago se aprende (y bastante) a disfrutar de ese delicioso regustillo de no hacer Nada. De deambular como un perro, deteniéndose uno exclusivamente en lo que de repente (sin explicación) le llama la atención (o no). O de pasar de una cosa a otra sin previo aviso o motivo (estoy limpiando un poco y de repente me siento a leer). Algunos dicen que incluso dominar el finísimo arte de la holgazanería es cuestión de semi dioses. Estoy de acuerdo. Muchos de los semi dioses que han recorrido nuestro planeta han sido convencidos holgazanes (John Lennnon, Joe Bananas, Oscar Wilde o el mismísimo Álvarez Rabo por citar algunos).
Así que tampoco me extiendo mucho más en esto que voy a .... no sé. A acabar el post, por ejemplo, ya que hoy no he ido a currar (y no es coña).
La holgazanería es el único fragmento celestial de una existencia divina que le queda del Paraíso al hombre.
Oscar Wilde
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